DONDE ESTA?

PROA AL ESTE EN EL XONE


Por Alita Wexler


Acodados en la mesa del cockpit, almorzábamos unos deliciosos tallarines con tuco regados con un buen tinto, protegidos con la bimini que estrenábamos en ese momento, con la mayor totalmente desplegada al igual que la genoa 3, en un borde de escotitas abiertas que “Amigo” -el pìloto automático amorosamente aportado en préstamo por Raúl Vainberg, capitán del Gaviota- sabía llevar con serenidad y firmeza.



El sonido sibilante que entrega la proa al quebrar las aguas saladas acompasaba nuestras libaciones que estaban alcanzando el paroxismo del placer.

El sol se hacía estrellas en las ondas ya marinas, y la brisa de la ceñida abierta nos brindaba el frescor necesario para disfrutar de la comida.

En la proa, ya se avistaba la silueta de dominó del Hotel Argentino de Piriápolis.


-Me quedé con las ganas de ir navegando a Punta del Este, tengo una bronca! mascullaba frustrado Luis mientras adujaba la mayor que habíamos desplegado en una placentera vuelta al perro en ese domingo de noviembre rioplatense en la bahía de Nuñez.

A lo que, muy suelta de cuerpo, le contesté: -Y vamos ...

-A Punta del Este? Con mi barco?

-Por supuesto! respondimos Carlos y yo al unísono.

Y así nomás, con este escueto y temerario diálogo, quedó sellada la suerte de nuestro verano. Nos iríamos los tres a Punta del Este navegando en el Xoné, el Acimut 28 de Luis, que necesitaba una intensa preparación para esa travesía.

Campitos le puso jarcia nueva, puso el palo a punto, mejoró la maniobra y le dio gobernabilidad al barco con esos pases mágicos que sólo él sabe hacer.

Se le hizo una genoa 3 para alternativa de proa. Drizas y escotas nuevas, cambio de motones y stoppers completaron la labor. Línea de vida y arneses fueron de rigor.

Se procuró el certificado de elementos para Río de la Plata exterior.

Alberto Rodriguez de la Shikandi completó la dotación de bengalas y Raúl “Gaviota” nos proporcionó la pínula.

Guille y Pablo Talmon nos dejaron el motor como nuevo y nos mandaron al mar con la tranquilidad de que no iba a fallar.

Se agregaron cabos de amarra, un fondeo de respeto, más cabo y cadena para el fondeo de labor.

Se repasaron las luces, la conexión de agua y de gas. Se agregó otra garrafa y un bidón para gasoil.

Lejos de amilanarse, Luis, primerizo en todas estas cuestiones, se iba agrandando en la campaña, y puso todo lo que había que poner para dejar el barco a son de mar. La seguridad era la prioridad, y la decisión de llegar a destino era la motivación. Nada nos detendría.

Nos fuimos dividiendo tareas, y el barco fue adquiriendo ese aspecto marinero que informa a quien lo mira desde el muelle que está por soltar amarras para ir a mojar su quilla en las aguas verdes de sal.


Nuestra primera pierna fue desde Nuñez hasta Sauce. Una singladura sin sobresaltos, que empezó el viernes 20 de enero a las 5 de la mañana y terminó ese mismo día a las 4 de la tarde, llevándonos a amarrar en el bonito y siempre dispuesto puerto de Sauce justo banda con banda con un barco amigo, el Electra.



Oh qué pequeño es el río! Del Electra me había bajado tres días antes después de una travesía redonda Olivos-Piriápolis-Olivos que disfruté como pocas por el barco, un plenamar 27 afinado como un violín Stradivarius, por la compañía del capitán Guillermo Talmon, de su compañera la hermosa Sol, y de su segundo de abordo, el fiel y portentoso Negro Julio, y que se hizo mágica por esa luna que se nos entregó en la proa, menguante y anaranjada como una tajada de melón rocío de miel, la primera noche de navegación.

A la mañana siguiente, temprano, nos despedimos del Electra y zarpamos de Sauce con destino al Buceo.


El río nos hizo conocer sus dulzuras. Un Este durísimo, que a veces rotaba al Sudeste, venía levantando esa ola alta y corta que se complotaba con el viento para no dejarnos avanzar en paz.

Elegimos derivar el rumbo lo necesario como para no llevar el barco sufriendo los pantocazos, así que cada borde se hacía eterno.

Veintiséis horas después de zarpar, en una mañana que había serenado las brisas y las olas pero recién llegando al canal de acceso al Puerto de Montevideo, arribamos al Buceo cansados y mojados, pero felices de haber llevado al Xoné sano y salvo a su recalada.



No sabíamos, claro, que fue él quien nos llevó a nosotros, tres pequeños puntitos en el vendaval, protegiéndonos en su seno y cubriéndonos con su velamen.


En el Buceo nos esperaba la bella María, que a la sazón estaba vacacionando en Portezuelo, y nos obligó con su buena onda y su alegría a superar nuestro cansancio para ir a las duchas a adecentar nuestro aspecto y llevarnos con su dorada Camiona a tener una civilizada comida en el tradicional puerto de Montevideo.

La cubierta del Xoné en el Buceo era un discepoliano cambalache, en el que se juntaban la biblia con el calefón, todo a tratar de secarse al sol de esa húmeda tarde montevideana.



Debo confesar que el cansancio me venció esa tarde, y me eché a dormir en el cockpit, entre biblias y calefones, más rodeada de calefones que de biblias hay que reconocer, dejando a mis compañeros varones la tarea de “reconstruir” el barco, la que llevaron a cabo sin chistar y con la gran caballerosidad que los caracteriza y que a todo lo largo del crucero se hizo sentir, para mi fortuna.


Tarde a la mañana siguiente, ya repuestos ... o casi, decidimos soltar amarras y continuar hacia el Este, hacia nuestro destino final en la Punta, a pesar del cielo encapotado y los pronósticos de vientos del Este –para variar!- aunque no muy briosos. Salimos dispuestos a mojarnos. Así de recia era la tripulación del Xoné, este barquito de 28 pies que por primera vez deslizaba su eslora hacia el mar.

Vale decir en este punto que también Luis y Carlos estrenaban sus primeras singladuras en aguas saladas. Luis había llegado hasta Sauce en la costa oriental y hasta La Plata en la costa argentina. No es poco para alguien que navega hace sólo tres años. Aunque no fue con su propio barco. Y Carlos ... Carlos una vez cruzó a Colonia ...

Pero este bautismo de noctilucas, de aguas verdes, de labios salados por los rociones y de ondas marinas aun en el calmón, mostró una nave y una tripulación masculina que estuvieron en todo momento sobradamente a la altura del desafío, y que hicieron de esta travesía una delicia para esta Capitana que pudo así honrar sin inconvenientes su pretensioso nick.

Pasando la isla de Flores, la brisa se nos puso del Noreste y el cielo se abrió, regalándonos un día de aquellos con los que sueña todo navegante.


Así nos encontró esa tarde de enero, comiendo tallarines y bebiendo vino mientras el Xoné, bajo la caña de “Amigo”, nos llevaba suavemente hacia el Este en una singladura que justificó todos los durísimos vientos con que el cuadrante del Sudeste nos castigó en las jornadas anteriores.



Pasada la Punta Negra, dimos aviso a María para que nos viera avanzar desde la playa de Portezuelo. Veníamos a un cable escaso de la playa, con exceso de profundidad, con el velamen desplegado, y siguiendo la estela del sol que estaba decayendo a nuestra popa. Eso hacía que María no nos pudiera ver hasta que casi estuvimos encima de Portezuelo, donde echamos un borde para no pegarnos contra la costa. Bordeamos la costa así a la altura de Portezuelo y Casa Pueblo hasta dejar atrás la Punta Ballena, donde Gorriti y la Punta se mostraron en todo su esplendor, y allí viramos otra vez hacia la Banquitos, que tomamos como referencia para entrar a puerto.


El arribo a Punta del Este fue, como siempre, alcanzar un sueño. El sueño del navegante de agua dulce que por fin llega al mar.



El puerto, abierto y acogedor, nos esperó con las primeras sombras de la noche, consagrando la pericia de Carlos en la maniobra de tomar amarra y de Luis en el timón.



Encontrar a Martha y Jaime, hermana y cuñado de Luis, parados en el muelle haciéndonos señas, fue el último detalle para emocionar esa singladura que ya no cabía en nuestros corazones que acababan de estallar.


Unos días en Punta del Este, de playa, de paseos, de asados y de mariscos, con María, su madre Alicia, sus pequeños Santi y Franchu, y con Martha y Jaime, completaron este crucero al que no le faltó nada de nada. Y verán que el relato sobre el regreso avala esta afirmación!


El regreso lo hicimos en una sola pierna, sin escalas. Zarpamos el domingo 29 a las 11 de la mañana, con un tupido tupper de gnochis amasados por Jaime especialmente para nosotros para ese 29 en navegación.

Un Este fornido nos impuso bordejear en popa, hasta que se fue yendo hacia el Norte, convirtiéndose en un Nortazo que duró varias horas y que nos llevó pero nos cansó antes de agotarse en un calmón que nos hizo encender el motor. A la altura de Riachuelo, se empezaron a ver las nubes justo en la proa, signo evidente del pampero hacia el que nos dirigíamos inexorablemente, y que era de esperar después del nortazo y dada la calma reinante. Aprovechamos el tiempo que nos daba de ventaja para alejarnos de la costa uruguaya, porque nunca se sabe cuál será la violencia del pampero: si descargará con toda la furia o será una suave brisa que pasará inadvertida. Lo esperamos con mínimo paño, como es de rigor, aunque debo ser leal y decir que eso de “esperamos” es como decir “aramos”, ya que yo me había pinchado bastante con los vientos de popa, y dejé a mis bravos tripulantes afrontar solos el pampero que no fue una suave brisa pero tampoco fue feroz.

A las 9 de la noche del lunes 30 de enero, después de 36 horas de dura navegación, el Xoné ingresó en la Bahía de Nuñez y tomó sus amarras sin novedad.


Verán, amigos nautas, tuvimos surtido del Este, del Sudeste, del Norte y del Oeste. Calmas, virazones, olas, ondas, noctilucas, y noche negra de luna nueva. Lluvias y soles, neblinas y rociones. En fin. No faltó nada en esa travesía que consagró a dos nuevos Navegantes del mar, que fue el sello de lo que ya es una gran amistad, y el nacimiento de varios proyectos que involucran barcos, regatas, cruceros, costas marplatenses, uruguayas y brasileras también. Veremos la próxima crónica adónde nos llevará ...

Alita Wexler


4 comentarios:

Alicia dijo...

Hola Alita!! que lindo que lo contás! Y te acordaste de todos! Gracias! Fue muy agradable conocer a una brava Capitana!
Un beso
Alicia (la madre de la bella María)

la recalada dijo...

Gracias Alicia! Habría que aclarar que sos la bella madre de la bella María!
Por supuesto que me acuerdo de todos, que fueron parte de unas vacaciones muy especiales para mí, así que gracias a todos! Fue un placer compartir con ustedes!

Luis Piendibene dijo...

Excelente tu narración de una travesía que jamás olvidaré...viví días verdaderamente únicos...el Xoné estaba muy cuidado y acondicionado, había que probarlo y probar también la tripulación que, si bien en la previa aparecía con gran compatibilidad, siempre hay que verlos en esos momentos donde el cansancio, el estres influyen en la toma de decisiones. tanto barco como tripulación resultaron excelentes, el barco con sus limitaciones y la tripulación con sus conocimientos y pericia hicieron posible transitar momentos difíciles sin inconvenientes...este capitán aprendió en este viaje más de lo que imaginaba. En efecto, valoré la puesta a punto del barco...no hay que descuidar ni un ápice las medidas de seguridad...la línea de vida, el chaleco adecuado y el arnés son vitales a la hora de rachas fuertes y olas grandes...de noche un hombre al agua puede ser una tragedia...el equipo de agua adecuado...sellado el barco lo máximo posible para evitar entradas exageradas de agua en su interior...la puesta a punto del motor...insisto nada debe ser descuidado o minimizado...
Agradezco todo lo que aprendo con Alita y con Carlos, juntos me dieron la oportunidad de vivir una de las sensaciones más lindas para un capitán: llevar su barco a puerto con la tripulación entera sin novedad y a puro disfrute. Confieso:la entrada a Punta del Este relatada por Alita consituyó uno de esos días especiales..más lindos que uno tiene en la vida...sumado a ello, en el puerto me esperaba María...mi amada...
Gracias Alita y Carlos por ayudarme a cumplir un sueño...Gracias María por tanto amor!!!
Luis Piendibene

la recalada dijo...

Gracias Luigi! Sin duda, fue inolvidable para los tres, y creo que para el Xoné también!
Alita